EL POLVO SEMANAL

No. No es que eche de menos otros polvos ni otras frecuencias. Muy al contrario, a mi edad, ya jubilado, me cuesta mucho cumplir con lo del polvo semanal. Lo de limpiar los baños me cuesta un poco menos. Es más corto y más divertido.

Echar el “Flix” por todo el espejo y restregarlo luego con papel de periódico tiene su aquél. Ahí está toda esa gente famosa y yo los estrujo sin piedad y, con ellos hechos una bola, recorro el metro y medio de espejo, extendiendo el producto y viendo cómo desaparece, gracias al alcohol.

Y no es que yo haya bebido y lo vea todo borroso; es que el producto ése lleva alcohol y, cuando se evapora, se queda el cristal como los chorros del oro.

Este fenómeno que ahora me da gusto verlo, de joven me llegó a horrorizar. Recuerdo aquella vez en mi primera casa de bohemios. Nos dio por improvisar una “queimada”. 

Y allí estábamos todos embobados mirando el efecto del aguardiente mezclándose con el azúcar, los trozos de cáscara de limón flotando entre esa llamarada azulada y ondulante. Hasta que alguien advirtió que eso era el alcohol consumiéndose. ¡Horror!. Como si fuera una tarta de cumpleaños y, como si nos hubiésemos puesto de acuerdo, soplamos todos a la vez hasta apagarlo. Una fiesta sin alcohol no era una fiesta, por muy ancestral que fuese aquella pócima gallega.

Pero volviendo a lo del polvo, que es lo que me tocó en el reparto de tareas del hogar, llevo ya tres años jubilado y todavía no he conseguido afianzarlo del todo en mi rutina semanal.

Y no es por falta de tiempo. Es que… No sé qué es exactamente lo que me cuesta tanto. Menos mal que alguien se inventó ese palabro: “Procrastinación”. Que me da mí que el verbo iba a ser Pro-Castrinar pero alguien alertó de que algunos cubanos se iban a enfadar y le metieron otra R con calzador. Y ¿qué quieres que te diga? Yo me quedo más tranquilo pensando que estoy procrastinando en vez de haciendo el vago por la casa. 

Y el caso es que, siempre que me obligo a hacerlo, obtengo una cierta recompensa. Es como lo de la natación: aburrido de cojones. Cuesta entrar, pero luego sales de la piscina hecho un tarzán.

Así que… en eso estamos. Y hoy que no tenía otro deporte en mi agenda, agarré la aspiradora y la enchufé decidido en el salón. Y ahí llega la voz de Pepito Grillo: ¡No te olvides de que primero hay que quitar el polvo de los muebles! ¡Maldita sea!. ¡Hala!… escoge un trapo y ponte a levantar libros, retratos, cajitas, mandos de la tele, floreros… ¡Mira que acumulamos cosas en las casas!.

Bueno… ahora ya puedo pasar la aspiradora. Primero la parte que más me gusta: solo con el tubo largo. Me encanta ver desaparecer las ahulagas, los trocitos de papel, las migas, los calcetines,… ¡Mierda! ¡Se ha tragado mis calcetines nuevos!. ¡Cuidado que ahora se empieza a tragar el visillo del cuarto!. Definitivamente, para estos menesteres hay que poner los cinco sentidos, si no, te puede chupar media casa… el bicho este. 

Hoy día casi todo el mundo se ha pasado al robot. “La Conga”, le llaman. Pero yo no paso por ahí. Yo soy más de “Twist”. ¡Y, además, sale por una pasta!.

Después de escudriñar todos los recovecos, cual oso hormiguero, le acoplo el cepillo en un extremo y ¡Hala! Ahí me tienes, moviendo sillones con el culo y dejando el suelo como una patena. Luego mi mujer pasará la fregona y quedarán los pisos “que se podrán comer sopas en él”. Así lo expresaba mi abuela, la andaluza y a mí me daba un asco horrible. Encima de que odiaba la sopa me imaginaba comiéndomela en el suelo del baño ¡Aaaarg!.

Y después del polvo, el cigarrito. ¡Qué pena que ya no fumo! Pero se siente uno útil, ¡coño!.

Te sientas en tu sillón satisfecho por el deber cumplido y, mientras te fumas el pitillo imaginario, piensas en todas las veces que le has visto limpiar a tu mujer durante 35 años y el poco valor que le dabas. Y te vas donde ella, que está en la cocina, claro; y le das un beso sorpresa, y se le cae la salsa de tomate al suelo. A ese suelo que acabas de limpiar; y vas corriendo a por la fregona, y la pasas antes de que se extienda. Y pides disculpas a tu mujer por haberla dejado a medio besar: “Perdona, cariño: tenía que limpiarlo rápido, es que si no, no me luce”. Y el “no me luce” resuena en tu cabeza con un eco casi infinito que te transporta hasta la voz de tu madre. 

Y la visualizas en medio del salón, de rodillas sobre un trapo, frotando con afán… y con lejía. Y ella, viéndote entrar grita: ¡Para! No entres con los zapatos, que si no, no me luce!… luce… luce…

Y es que aún no se había inventado la fregona. Las “fregonas” eran las amas de casa y, en las casas ricas, lo eran sus sirvientas.

¡Bendito invento español de los años 60! que, al menos, dignificó un poco la postura de las limpiadoras. Su artífice se llamaba Manuel Jalón Corominas, de Zaragoza, y era ingeniero aeronáutico y oficial del Ejército del Aire. ¡En 25 años vendió más de 60 millones de fregonas en todo el mundo! Deberían haberle nombrado patrono de las limpiadoras. La pena es que ese honor ya se lo habían adjudicado a San Martín de Porres, más conocido como Fray Escoba. 

El nombre que yo proponía era San Manuel el maño, el Teniente Fregona.

Y, mientras limpio los últimos azulejos del baño, recuerdo a “Karate Kid” el de la serie televisiva, agotado, frustrado; y a su maestro, el señor Miyagui, convenciéndole de que encerar y pulir su coche a dos manos es lo que le haría un experto en Artes Marciales: 

“La lección no solo para karate. Lección para toda la vida, toda la vida debe llevar balance. Todo estará mejor ¿entiendes?”.

Y los dos, Daniel San y yo, ya más tranquilos, seguimos frotando y frotando, convencidos de que no se trata de limpiar, sino de avanzar en el camino de la perfección.

Comentarios

  1. Es un giro importante en tus relatos cortos. Dignifica la labor aburrida y pesada de las amas de casa. Y rompe con el estereotipo del hombre "mirlo blanco". Y además, es un canto al "mindfulness", un saber centrarse en las tareas más sencillas para sacar relajación, disfrute y un gran beneficio mental.

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