DESPROPÓSITOS DE LA 5ª ENMIENDA

Mi primer acercamiento al mundo de las Leyes fue, de niño, en los juicios de un tal Ironside, en la televisión de los años 60. Supongo que no fui el único en aprender aquellos nuevos términos aunque, eso sí, con acento latino. Lo del “reseso” y lo del ”ocsiso” eran el pan nuestro de cada vista. Y aquel hombretón con cabeza cuadrada y grandes cejas enmarcando su mirada impenetrable, los manejaba con destreza y contundencia desde su silla de ruedas, mientras, desde la nuestra, los legos de la época seguíamos con devoción cada una de sus intervenciones, aunque no entendiéramos “ni papa” de lo que estaba diciendo. Ahora nos pasa lo mismo con el Dr. House, así que la cosa no ha cambiado mucho.

Pero hay conceptos que, por mucho tiempo que pase, sigo sin asimilar.

¿Cómo se entiende que algo tan trascendente como la decisión de un Jurado sobre la culpabilidad o inocencia de un acusado se pueda llamar FALLO?

“Sí. Yo pasé 20 años en la cárcel por un fallo del jurado”. “Y ¿no protestaste?”. 

“Sí, pero el juez me replicó que no fuera tan tiquismiquis, que un fallo lo tiene cualquiera”.

Así que, con la venia, voy a regodearme un rato con mi propia ignorancia jurídica relatando una historia que seguí con curiosidad en mis años mozos.

Una noche cualquiera, en una ciudad cualquiera, un individuo al que, desde ahora, llamaré “el presunto”, cabreado con el mundo y desesperado por no llegar a fin de mes, ni siquiera en febrero, ha decidido atracar una joyería a lo bestia, con su Peugeot tuneado.

Se enfrenta al escaparate como un toro de lidia, con sus ruedas traseras escarbando el asfalto. Mete primera y acelera a tope, con el freno de mano echado. Lo suelta y se lanza contra la luna. La destroza en mil pedazos. Sale raudo del coche. Sabe que cuenta con un minuto escaso antes de que se alerte a la policía. Recoge todas las joyas que puede y vuelve el coche. Da marcha atrás, completamente histérico, con tan mala suerte que atropella a un Securitas que hacía su ronda por la zona. Y por si fuera poco, el coche se le cala y queda atascado en un socavón del Ayuntamiento. Desesperado, coge la bolsa con las joyas y sale corriendo como alma que lleva el diablo. Ya se empiezan a oír las sirenas, cada vez más cerca y con su habitual escandalera, como avisando: “¡Atención, maleantes, que venimos por esta calle!”. 

La Policía de las películas debe tener un arma secreta increíble, una especie de cepillo gigante, porque, cuando se les fuga un delincuente, siempre llega el gerifalte de turno ordenando: “¡Que peinen toda la zona!”. Pero el malo no tiene un pelo de tonto y siempre se les escapa. 

No es el caso de nuestro presunto, que ni es el "prota" de la peli, ni ladrón profesional. Éste acaba atascado en el fondo de un callejón sin salida, temblando, abrazado al cuerpo del delito (su mochila con las joyas) y repitiendo mecánicamente lo que ha oído tantas veces en las películas del Videoclub.: “Esto no es lo que parece”. “Soy inocente”. “Déjenme que les explique”.

Pero los agentes le explican el procedimiento: “Primero, te detenemos y luego, si eso... ya hablamos”. Así que, mientras le ponen las esposas, le leen sus pocos derechos y, de paso, le propinan un guantazo para que se calme y entre en calor. Ya dentro del coche, el presunto intenta pensar con rapidez. Lo que tiene claro, porque lo vio en la serie de Ironside es que, al llegar a la comisaría, sólo tiene que hacer dos cosas: mantenerse callado y llamar un abogado. “A ver... ¿A quién conozco yo que me pueda sacar de ésta?”. A su mujer no la va a llamar, porque se pondría nerviosa y la liaría aún más.

Llamará a Fulgencio, un amigo de la infancia, el más mataperros del barrio que, de tanto pasar por la cárcel, acabó estudiando Derecho; y ahí le tienes ahora defendiendo a lo más variopinto de la ciudad; y nunca le falta trabajo. Desde niño siempre se ha movido entre guardias y ladrones y, claro está... se las sabe todas.

Pasaron las 72 horas de detención preventiva y, por el tipo de delito y las circunstancias concurrentes, le soltaron y le prepararon un Juicio Express. 

Por suerte, el Securitas sólo tiene heridas leves, de lo contrario, otro fallo le cantaría.

Lo que tiene en su contra, según D. Fulgencio (el letrado avispado), es  la Nocturnidad y la Alevosía. O sea que, si el alunizaje hubiera sido de día, y en plan “pasaba-por-aquí-y-me-dije”, se hubiera ido casi de rositas. Pero ya se sabe que, de día... poca luna y mucho riesgo. Y a su favor tiene que, para quitarse los nervios antes de empotrar su coche contra la joyería, se inspiró con una rayita de coca que un colega le fío en el baño de la bolera.

Y yo me pregunto: ¿Por qué demonios atracar de noche se considera una circunstancia agravante y delinquir colocado es atenuante?. ”Sí. Atropelló con su moto a cinco transeúntes y se estalló contra un kiosco de prensa, pero es que el pobre iba ciego de coca.” ¡Coño... pues... doble delito tiene! ¡Súmale; no le restes!.

Quince días después, y bien aleccionado por D. Fulgencio, ya tenemos a nuestro presunto delante de la Justicia. Y lo primero que dice cuando su señoría comienza el interrogatorio es: “Yo me acojo a la Quinta Enmienda. O sea, que no digo ni pío, que, como esta boca es mía, la cierro para que no entren moscas”.

Y, para mí, esa es otra de las leyes que me alucinan. O sea...Tú juras con tu mano sobre la Biblia que vas a decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad y, cuando te preguntan... ni sabes ni contestas. ¡Oye, que esto no es una encuesta!.   

Según esa ley, puedes negarte a responder si ello te incrimina; y, para mí, ese silencio es más raro que el de los corderos. Otros, sin embargo, ya me gustan más, como el Silencio Administrativo: Si le haces una solicitud a un Organismo Público y no contestan dentro del plazo estipulado, la Ley te da la razón. Es la aplicación práctica de “El que calla, otorga”. ¡Y me encanta!.

Ya llevan un rato y nuestro presunto sigue, erre que erre, aferrado a la estrategia que le recomendó el Fulgen (perdón... D. Fulgencio). Pregunta que le hacen... respuesta que calla. 

Hasta que entra en escena el único testigo presencial y víctima de su atropello, el pobre Securitas que comparece con el brazo en cabestrillo y relata su versión de los hechos con voz entrecortada. 

El juez que lleva las diligencias le pregunta por “el Día de Autos” y, aunque no había duda de a qué día se refería, de haber sido más dicharachero, podría haber ampliado el concepto a “el Día de Autos... de Choque”.

Tras su declaración, el abogado defensor no tuvo más remedio que solicitar un careo entre el testigo y su defendido, que, en este punto, ya no pudo aguantar más y se levantó de su silla preso de la ira: “¿Cacareos yo?”. “¡Ni de coña!, ¡Que cacaree el solo!. ¡Mentiroso de mierda! ¡Que estás comprao! ¡Que no me pudiste reconocer con la poca luz que había y además yo iba con capucha y...”.  Y claro; ya no hizo falta recurrir al careo. El presunto, en su arrebato calenturiento, lo confesó todo con pelos y señales, sin que hubiera necesidad de hacerle una sola pregunta más. 

Y, mandando a la mierda a la quinta enmienda, a la justicia, al gobierno, al sistema y a todo lo que se menea, se lo llevaron entre dos guardias, no sé si al calabozo o a darle una ducha de agua fría, sin que su aturdido abogado pudiera hacer nada por impedirlo. Mira que lo había oído mil veces por la tele ... ¡que con la justicia no se juega!... ¡que la policía no es tonta!... ¡que el criminal nunca gana!... pero nada. El autocontrol nunca fue lo suyo.

En la cárcel no se está tan mal cuando fuera tu vida es una mierda. Y nuestro expresunto enseguida se hizo un hueco en ella. Comenzaron llamándole “el preso número 9”, porque ése fue el número de celda que le tocó en suerte. Otros le llamaban “el Lunático”, por lo del escaparate. Pero, cuando, después de un año, pasó al segundo grado y empezó a salir con permisos regulares, los del barrio le etiquetaron ya para siempre como “el expreso de medianoche”, apodo que le ayudó a montar un “After Hours” con el mismo nombre y a ser considerado por todos como un “tío legal”, término que siempre me ha provocado la risa al oírlo salir de según qué bocas.

Años más tarde, nuestro ex-preso, que aún se sentía más víctima que culpable, solía rematar sus jornadas laborales apurando un wisky con hielo en una esquina de su propia barra, junto a la caja registradora, y repitiendo una frase que enseguida se hizo célebre en el todo el barrio: 

“Con Ironside, hubiera ganado el pleito... ¡seguro!”


“Con las leyes pasa como con las salchichas: es mejor no ver cómo se hacen”

- Otto Von Bismark -


Comentarios

  1. A mi eso de que el juez falle también me ha confundido siempre. ¿Cómo le explicas eso a alguien que esté aprendiendo español?

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  2. Te amo Txus. Yo también estoy en la calle, en el asfalto, en la carretera, y no quiero irme para mi casa, hasta poder verte.

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  3. Tus, me encantado tu relato. Yo también crecí co Ironside y ni me perdía un capítulo.
    Gracias por hacerme pasar una rato tan agradable leyendo la historia del " expreso de medianoche".

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  4. Yo veía Ironside con la secreta esperanza de que se levantara de su silla de ruedas frente al Juez, en un "venirse arriba" judicial.

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  5. Muy bueno, buen trabajo, como guión está genial. Me lo he pasado muy bien , bueno, me dá un poco de pena cuando siento a los estrellados, es que parece que no vieron el muro. Parece que nadie les advirtió. Abrazo.

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