ENSAYO SOBRE LA INVISIBILIDAD

En nuestra isla de Gran Canaria, casi todo el mundo vive los Carnavales apasionadamente. ¡Bueno!, mi mujer y yo... no tanto. La última noche que, intentando ser normales, salimos disfrazados “de Época”, creíamos estar en medio de una película de Fellini. Demasiado sobrios y poco convencidos, nos acercamos a las calles de Triana, que es donde se forma todo el ambientazo. Las mascaritas no tardaron en rodearnos. El contraste entre sus copas de más y las nuestras de menos se hizo patente enseguida. Además, ellos iban en cuadrilla y nosotros, solos, como los amantes de Teruel en su día libre; cogidos de la mano para no perdernos y con la otra, palpando la cartera del bolsillo delantero donde, según dicen, es más difícil ser robado en las aglomeraciones. Tras media hora tratando de conseguir una cerveza y otra media tratando de llevárnosla a los labios sin que nadie nos la derramara, constatamos que el hábito no hace al moje y, cual monas vestidas de seda, nos volvimos para casa con el rabo entre las piernas, conviniendo que nunca más volveríamos a intentarlo.

A día de hoy, diez años más tarde, si me topo con algún amigo y me pregunta: “¿Dónde te metes?. 

No te he visto en estos Carnavales”. Enseguida echo mano de mi respuesta estándar: “Sí que estuve, 

lo que pasa es que iba de Hombre Invisible”. Y, mientras el pobre intenta descifrar el enigma, yo reflexiono sobre ese afán que tiene el ser humano, en todas las culturas, por disfrazarse. Pero ¿acaso, tratar de ver sin ser visto o actuar sin ser reconocido, no es una forma de buscar la invisibilidad y con ella, cierta impunidad para tus actos?.

¡No... si, al final, no vamos a ser tan distintos como creía!; porque, de niño, yo también buscaba

hacerme invisible a toda costa.

Supongo que, impresionado por aquella serie americana de Televisión, creí encontrar en los capítulos de “El Hombre Invisible” la solución a mis inquietudes. Así que, cada vez que mi madre se ausentaba de casa, yo me dedicaba a experimentar fórmulas mágicas con las que borrarme del mapa. Y lo de borrar llegó a ser literal. Como veía que beber aquellas pócimas no surtía el efecto deseado, lo intenté con la goma de borrar, a la que por entonces llamábamos “quita-borrón”. No la “de tinta” (esa era muy dura) sino la otra, la blandita, la Milan con olor a nata o a fresa. Pero el método no funcionó y tuve que volver a mis pócimas experimentales. 

Al principio, los ingredientes eran siempre dulces o, cuando menos, inocuos. Encerrado en la cocina, comencé con el Cola Cao y la Leche Condensada, continué con algunas especies raras, probé a añadir Bicarbonato y Sal de Frutas... pero enseguida, acabé trasladando el laboratorio a la sala de estar e incluyendo aquellos vinos espirituosos y licores que mi madre guardaba bajo llave en el armario de cristal, el de agasajar a las visitas, ignorando que yo también atesoraba otra copia de la llave. Una nueva mezcla, un par de tragos y... corriendo a verme en el espejo o, mejor dicho, a no verme. Ensayo y error... ensayo y error... 

Recuerdo una ocasión en que creí ver mi imagen difuminarse. Me dio un vuelco el corazón; pero sólo fue una falsa alarma. Los efectos del alcohol, sin duda.

En mi imaginación aguardaba todo un catálogo de posibilidades, si es que conseguía la tan ansiada transparencia, pero en todos aquellos experimentos, que duraron más de un año, sólo desaparecieron

dos cosas: mis ilusiones y el licor de los invitados.

Y quizás alguien se pregunte: ¿Por qué un niño de apenas diez años intentaba con tanto ahínco hacerse invisible?. Y no es mala pregunta, pero la cuestión más bien sería: “¿Para qué?.

Y hoy, rebuscando en la memoria, encuentro dos poderosas y únicas razones: UNA, PARA HUIR Y OTRA, PARA CONSEGUIR MIS SUEÑOS. Lo cual no es ninguna nimiedad, porque probablemente éstos hayan sido los dos motores que me han impulsado el resto de mi vida. Para empezar, huía de lo que no me gustaba o me dolía: la sopa, la zapatilla de mi madre y el acoso de los compañeros de la escuela, los precursores del bulling, los que me pegaban y toreaban llamándome “Ratita”. Gracias a ellos, o por su culpa, aprendí a esquivar balas, pero a costa de ser un niño tan enfermizo y retraído que me escondía hasta de los vecinos. Me daba vergüenza encontrármelos por la calle y tener que saludarles. Después me enteré de que, treinta años antes, mi padre también se escondía debajo de la cama cuando había visitas; así que no es de extrañar que tanto él como yo soñáramos con ser invisibles.

Las otras razones, ya no eran tan nobles. Aquellos capítulos de Televisión y algún TBO que cayó en mis manos me sugirieron algunas maldades, cosas prohibidas que podría hacer con la impunidad de lo invisible: desde gastar bromas pesadas y robar lo que se me antojara, hasta meterme en los cuartos de las chicas. Aunque esto último ya lo hacía antes, de alguna manera, gracias a los prismáticos de mi padre... Pero no sería lo mismo. 

Así que seguí probando vehementemente nuevas pócimas caseras, siempre con la ayuda involuntaria de mi hermanita Cris, cinco años menor que yo, testigo y espejo de mis frustraciones y alguna vez, cobaya improvisada... hasta que un día me cansé y tiré la toalla, limitando mi afición a los brebajes de los bares donostiarras, que no te hacían desaparecer pero te ayudaban a sobrellevar tan incómoda visibilidad.

Y aquí estoy ahora, cincuenta años más tarde, jubilado y observando los toros desde la barrera, con un ojo en los recuerdos y el otro, entornado hacia el futuro, como queriendo ignorarlo. Y hoy no puedo evitar reflexionar sobre las ironías de la vida, porque, ahora que ya no busco ser invisible, por momentos veo desvanecerse trozos de mi cuerpo, de mi mente y de mi vida. Y es que, como suele pasar con los deseos, algunos se cumplen cuando ya ha pasado la fecha de caducidad.

Dicen que “Dios te da pan cuando ya no te quedan dientes” y, en cierto modo es verdad. Ahora, por fin, te vas haciendo más y más invisible para los demás y para la sociedad, pero no te gusta. Y te revelas. Y tratas de recobrar tu visibilidad ante el mundo, aunque sea a través de Facebook y de WhatsApp. Las tornas han cambiado. Ya no huyes de la gente. Ahora la necesitas. Para seguir sintiéndote vivo tienes que luchar contra la invisibilidad; esa que persigue a los ancianos, los que transitan lentamente por las calles de tu barrio, con o sin perro, con o sin bastón, con o sin tacataca, sin que nadie les preste atención.

Tus parientes más jóvenes están construyendo su propia vida, como tú también lo hiciste. Los amigos

de tu edad, o ya no están o no recuerdan, y con sus recuerdos se desvanecen tus hazañas, tus logros, tus anécdotas... y cuando desaparecen los testigos de los capítulos de tu vida, parece que con ellos se esfuma tu propia historia, como si todo tu pasado se pudiera poner en duda y sólo unas fotos en un viejo álbum sirvieran de prueba de tu existencia. 

Puede que tengas la suerte de tener algún nieto que escuche tus batallitas con la boca abierta, sin cuestionarlas ni corregirte, al menos durante unos pocos años. Eso sería bueno para ti y para él. 

Yo fui ese nieto y aunque no podría repetir casi ninguna de sus historias, estoy seguro de que las que me contó mi abuelo Josemary influyeron grandemente en mi carácter, en mis valores y en mis aficiones. 

Y quizá sea ese nuestro destino: Perpetuarnos, pero no en nosotros mismos ni en las crónicas de nuestro paso por el planeta sino, como dice mi sobrino y buen amigo, Fran, perpetuarnos en nuestra descendencia. Y yo añadiría más: y también en los buenos recuerdos que dejemos en los que nos sobrevivan, y durante el tiempo que lo hagan, claro.


DEDICATORIA: A todas las personas invisibilizadas por la sociedad y por nuestro egoísmo.

Comentarios

  1. El brebaje no era tan dulce, ¿eh?
    Firmado: La Cobaya

    ResponderEliminar
  2. La invisibilidad tiene esa doble versión. Todos queremos "desaparecer" de la vista de los demás en algún momento; Pero también necesitamos ser vistos para ser tenidos en cuenta. Si no, corremos el peligro de que nos olviden. Y también tenemos el peligro de que nos pasen por encima o nos pisen un callo... (je je)

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

En este Blog comparto mis impresiones, mis experiencias personales y mis locas imaginaciones, con aquellos que se acercan a leerlos. No espero aprobación ni aplausos... y mucho menos, bombas incendiarias. Es, por mi parte, un ejercicio lúdico y espero arrancarte alguna sonrisa o alguna reflexión. Eso ya mearía feliz ;-)

Entradas populares de este blog

ME LLAMO LAIKA Y SOY ASTRONAUTA

DESPROPÓSITOS DE LA 5ª ENMIENDA