ME LLAMO LAIKA Y SOY ASTRONAUTA

La verdad es que nunca soñé con ser astronauta. Los perros no pensamos en esas cosas. De noche solía vagar con mis colegas por las calles de Moscú y cuando llegábamos al descampado le aullábamos a la luna; pero jamás pensé en despegar mis patas del suelo. Tengo 3 años y, a pesar de ser callejera, siempre me he sentido una perrita especial.

Todo empezó aquel día, a finales de octubre de 1957, a punto de comenzar el invierno ruso, tan frío como su guerra con los EEUU. Mis amigos y yo nos apretujábamos entre los restos de una casa derruida. Tocaba luna llena pero ¿quién salía con aquel frío y sin más abrigo que mi piel mestiza y fina, según mi madre, mezcla de Husky y Terrier?.

Así que, nos pusimos a aullar desde nuestras ruinas. Y esta vez, temblando de frío, los aullidos sonaron con un trémolo especial. Quizás fue eso lo que nos delató. Se rumoreaba por el barrio que los humanos andaban buscando perros callejeros para una misión especial. En la tele de algún escaparate vimos cómo los adiestraban y metían en unas cápsulas de metal, y me pareció super emocionante: ¡Ojalá fuera yo uno de ellos!, suspiré mirando al cielo. Y aquella noche llegó la respuesta.
El motor de una furgoneta oscura quedó al ralentí en la entrada del callejón. Se bajaron cuatro laceros con bata blanca y nos llamaron con voz amable. Se acercaron despacito, temiendo nuestro ataque. Algunos se resistieron. Yo, no. Yo soñaba con aventuras y ésta, definitivamente, prometía serlo.
Y allí estábamos, quince perros en un furgón, preguntándonos: ¿Dónde nos llevarán?. Por el camino alcancé a ver un letrero que decía “Koroliov”. Media hora después la furgoneta se detuvo. Habíamos llegado. Metidos en una jaula, nos llevaron a una nave industrial, una especie de laboratorio y, ya dentro, nos hicieron un reconocimiento. Los ojos, la dentadura... con mucha precaución, eso sí. Y, de pronto, apareció ÉL, con su bata blanca y su carpeta bajo el brazo: Mi salvador, mi ídolo, el dueño que nunca tuve. Oí una vez su nombre y jamás lo olvidaré: Dr. Vladimir Yazdovsky. “Parece que se fija en mí”, me dije. “Y, por sus comentarios, parece que le gusto”. Y él, serio, le dicta a su ayudante: “Perrita mestiza de unos tres años. Aparenta buena salud, tranquila, amable... 5 kilos de peso; un poco flaca para su tamaño, pero eso se puede arreglar. Lávenla y desinféctenla bien, que me la llevo”. Mientras me bañaban, oí a los enfermeros comentar que nos habían seleccionado por nuestra resistencia al frío y al hambre. Si habíamos sobrevivido a tres inviernos rusos, estábamos preparados para cualquier misión. Y ésta parecía ser muy importante. El gobierno ruso planeaba enviar astronautas humanos al espacio, pero antes necesitaba conocer los efectos del viaje en animales, y nosotros éramos los candidatos. Había riesgo pero... ¿acaso no lo había por esos callejones de mala muerte?. Oí también que había prisa. Los americanos ya habían enviado un simio al espacio en 1948 y había que tomarles la delantera. 
En cuanto estuve presentable, el Dr. Vladimir, me metió en su 4x4 y, sin más explicaciones, me llevó a su casa de campo. Allí me salió a recibir su hijo, un chaval entusiasta que no paró de achucharme. Y yo, desbocada y confusa, venga que ladrar y jadear. Quizás por eso me pusieron un nombre nuevo: Laika, que significa “Ladradora” en ruso. Fueron los días más felices de mi perra vida... corriendo, saltando y jugando con Sergei por el jardín. Buena comida, huesos a tutiplén, agua fresca y, por la noche, ¡A dormir calentita dentro de la casa!... ¡El sueño de cualquier perro!. Pero se acabó el finde y llegó la despedida. Sergei lloró y yo también, a mi manera. Vladimir me abrió la puerta del coche y yo salté dentro, triste, pero excitada por la aventura que me esperaba. La mano de Sergei saludando se hizo cada vez más pequeña y mi nombre en su boca, que tanto me gustaba oír, se fue debilitando en la distancia.
Ya de vuelta en la nave fría, el panorama cambió radicalmente. Mi querido amo desapareció detrás de un Dr. Vladimir serio y circunspecto que no paraba de dar órdenes: “¿Están listas las centrifugadoras?”, preguntó. “Sí, camarada Doctor”. “¡Hala, pues... adentro con ellos!”. Y ellos éramos nosotros, yo y otros nueve compañeros a los que apenas tuve tiempo de saludar. Y, sin ningún miramiento, como el que mete sábanas en una lavadora, nos introdujeron en los simuladores y cerraron las puertas. He estado en sitios peores, pero no que se movieran tanto. Después de ni sé cuántas vueltas, me sacaron de allí, mareada y vomitando. Y, a partir de entonces, durante 20 días, siguieron metiéndonos en centrifugadoras cada vez más pequeñas hasta que, en la última, ya casi ni cabía. Y nos fueron cambiando la alimentación hasta solo darnos los geles que comeríamos luego en el espacio... el que saliera elegido, claro.
Cada vez quedábamos menos candidatos. Y yo, que siempre he disfrutado compitiendo, me aguantaba el suplicio de las lavadoras menguantes y las demás pruebas sin rechistar. Desde luego, por mi parte no iba a quedar.
En uno de los descansos nos enteramos de que la nave se llamará Sputnik 2. Lo que pasó con la Sputnik 1, no nos lo han dicho aún. Faltan cinco días y sólo quedamos tres candidatos: ¡Albina, Mukhu y yo!. Mira que... ¡Como me escojan a mí!. ¡Lo orgullosos que estarían los colegas de mi barrio!. Cuando salieran a aullar bajo la luna y vieran pasar mi pequeña nave espacial, me ladrarían: ¡Ahí va la Laika! Y yo les saludaría con la pata a través de la ventana. ¡Sería increíble!.
En el laboratorio, parece que las pruebas van dando resultado. Los primeros días vomitábamos, nos meábamos y cagábamos dentro de la cápsula, lo cual era asqueroso. Ahora, con los geles, ni lo uno ni lo otro. Eso sí, acabo tan aturdida que ni siento ni padezco, pero ellos dicen que eso es bueno para la misión.
¡Y llegó el día D!. Los tres candidatos, esperábamos el veredicto jadeantes... “And the winner is... (redoble de tambores)... ¡¡¡¡LAIKAAAAA!!!!”. ¿Cómo describir lo que sentí?. Mi pequeño corazón casi se me sale del pecho.
Resultó que Albina estaba embarazada y Mukhu no era tan fotogénica como yo. Así que, después de tantas vueltas y revueltas, era yo la elegida. No me lo podía creer. ¡Qué orgullo servir a mi patria Soviética y ayudarles a ganar la carrera espacial contra esos cerdos capitalistas. ¡Cuando se enteren mis antiguos amos! Ellos que me tuvieron que abandonar en la otra punta de la ciudad por no sacrificarme. Y no les reprocho nada: o comían ellos o comía yo. Los años 50 en nuestra querida Unión Soviética fueron muy duros. En la tele, grandes desfiles militares, pero, en la calle, mucha pobreza y colas para todo. El caso es que iban a cumplirse 40 años de la Revolución Comunista y había que mostrar al mundo nuestros logros científicos.
Ya se anunció públicamente que yo era la elegida. De refilón, pude ver mis fotos en el Noticiero. ¡180 millones de compatriotas ya me conocían y pronto mi imagen daría la vuelta al mundo!. ¿Qué más puede pedirle a la vida una perrita callejera?
Y, unos días más tarde, el 3 de noviembre de 1957, llegaba la hora de la verdad. ”¡Vamos Laika deja ya de mirarte en la tele, que tenemos que lanzarte al estrellato!” rió el Dr. Vladimir, mientras se acercaba con sus ayudantes. Luego, bañada, seca y cepillada, me transportaron hasta la rampa de despegue. Allí esperaba un cohete gigantesco. Me subieron en ascensor y me metieron en aquella cápsula, ya tan familiar para mí; y con todos los adelantos tecnológicos: una tapita que se abriría cada 12 horas para que tomara mi gel favorito, aire acondicionado; y toda clase de lucecitas y sensores, ¡muuuchos sensores!. Los que me implantaron entre las costillas y en el cuello eran los más incómodos, pero había que medirlo todo, por el bien de los futuros cosmonautas.
Se cierran las compuertas. ¡La suerte está echada!. Desde la penumbra de mi cabina me imagino los técnicos a las órdenes del Dr. Vladimir: 10, 9, 8, 7, 6, 5, 4, 3, 2, 1... ¡Ignición!. El temblor de la nave va en aumento y la temperatura, también. De pronto, un estallido. La subida es vertiginosa. Todo mi cuerpo lucha por ir en contra-dirección. Unos minutos después... otro estallido; y éste sí que me pilla por sorpresa. Ahora la nave, más ligera, comienza a dar vueltas y más vueltas. Aunque ya debería estar acostumbrada, esto es muy distinto al laboratorio. El corazón me va a mil y el calor es cada vez más asfixiante. Y, de pronto, me asalta un terrible pensamiento: “Me voy a morir. Lejos de mi país, de esa tierra que veo distanciarse a cada vuelta de la cápsula.” Me desmayo. Llevo casi 6 horas encerrada en este infierno. Lo pone ahí, en la pantalla. Ya he dejado de luchar por mantenerme erguida; mi cabeza se tambalea, apenas puedo respirar; mi corazón sobrepasó hace rato los límites; ya no siento el calor de la nave; yo soy la fuente de calor. Soy una perrita chamuscándose... y me muero.
¡Y me morí!. Y, ya que estaba ahí arriba, decidí quedarme, en espíritu, a ver qué pasaba. Y vi mi pobre cuerpo apresado entre aparatos, dando vueltas y más vueltas. Y me di una vuelta por la base de operaciones. Y vi al Dr. Vladimir y sus ayudantes, cabreados: “Maldita perra ¡No ha aguantado más que 6 horas!. ¿No decían que era tan fuerte?”. ”Y lo era, pero ha fallado el sistema de refrigeración“. “La cápsula se ha recalentado y eso no hay cuerpo que lo aguante”. Y el Dr. Vladimir, impasible: “Tranquilos chicos. Para eso son estas pruebas: para detectar los posibles fallos y corregirlos en la siguiente fase. Ya sabíamos que algo así podía pasar, aunque no tan pronto. De todas formas, se habrían desintegrado al volver a la tierra”.
“¡Maldito cerdo estepario!” mascullé. “¿O sea que tú sabías que el viaje era solo de ida y no me lo dijiste?. ¡Solo deseo que te mueras y despiertes dentro del crematorio para que veas lo que se siente, hijo de humana!”... Pero ya nadie podía oírme.
Y pasaron 162 días. La nave y mi cuerpo dieron 2370 vueltas a la Tierra y el 14 de abril de 1958, como se había pronosticado, entramos ardiendo en la atmósfera terrestre. Y, ahora que ya había asumido mi condición de fantasma, me entretuve viendo el tejemaneje del gobierno y los científicos para pintar de bonito lo que había sucedido.
El tamaño de los titulares en la prensa internacional aumentaba si eran del bloque pro-soviético y disminuía si eran del bloque capitalista. “El primer ser vivo que viaja alrededor de la Tierra”. “Satélite ruso con un perro de pasajero”. “Laika, la perrita cosmonauta”... Mientras unos expresaban admiración por el logro soviético, otros se preocupaban por el héroe de cuatro patas, o sea yo. Pero el gobierno ocultó durante semanas mi fallecimiento y, a través de su Agencia de Noticias emitió boletines diarios con falsa información sobre mi salud, alimentando así las esperanzas de millones de niños que preguntaban desconsolados por su mascota favorita. Hasta que ya no pudieron más y tuvieron que emitir un comunicado reconociendo que “La perrita Laika había sido sacrificada en órbita; por motivos humanitarios”. Rápidamente, la admiración y los aplausos se convirtieron en indignación y protestas. Y de todo el mundo llegaron miles de cartas a Moscú y a las Naciones Unidas denunciando la crueldad del programa espacial.
A pesar de ello, las pruebas con animales continuaron. Entre 1948 y 1961 se usaron 48 perros, 15 monos y 2 conejos como cobayas cósmicas; solo 5 regresaron con vida. Yo me llevé la gloria, pero ellos 5 pudieron seguir mordisqueando huesos y felpudos por este planeta que, si quieres que te diga la verdad, no es tan grande como lo pintan. 

Comentarios

  1. Desgraciadamente el hombre experimenta desde el comienzo de la humanidad como sobrevivir usando a los animales y los utilizamos como mascotas como defensores como apuestas como diversión, toros, pelea de gallos, pelea de perros etc. bonita historia pero no es el punto de Laika y la realidad es terrorífica.

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  2. Bonita historia, cuento o relato; que has sabido desarrollar de forma amena. Su lectura me ha absorbido como los relatos del Selecciones. Enhorabuena por elegir la historia de Laika y te ano a seguir

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  3. Pobre perrita, Laika, entraste en el cielo de las estrellas de la fama sin quererlo, sin pedirlo... Ahora entras a formar parte del firmamento de las estrellas, de las otras, de las que brillan de verdad.

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  4. Gran desarrolo de la historia, nos hace empatizar con Laika y su dolor. ¡Enhorabuena!

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