MIS PAISAJETAS


No sé si les pasa a ustedes, pero yo, últimamente, tiendo a ver caras por todas partes; sin llegar al nivel de lo de Bélmez, pero casi. Por ejemplo, ayer estaba en el baño, sentado en el inodoro, pensando por qué le habrán puesto ese nombre al lugar que peor huele de la casa. El móvil estaba en el salón y ya me empezaba a aburrir porque la cosa iba para largo, así que me puse a mirar el piso delante de mis pies. Es un terrazo de esos oscuros, con manchas irregulares. Y, al poco rato, ya empecé a ver caras, bisontes y hasta oropéndolas copetudas. Si pasamos un domingo en el campo, después de comer, en vez de hablar de política con mis cuñados, me tumbo en la hierba y allí me quedo con los brazos de almohada y con la vista fija en el cielo. Al poco rato ya estoy contemplando cómo las nubes cambian de forma y se convierten en algodones, y luego en borreguitos, y luego en aviones a propulsión y, más tarde, en trasatlánticos… Y, si me dejo llevar, acabo viendo una peli de romanos sin pestañear. Así está la cosa.


El otro día paseábamos mi mujer y yo por el margen derecho del barranco de Guiniguada y no pude evitar pararme frente al barrio de San Juan. Es que me alucina ver esa multitud de casas desordenadas y con tantísimos colores diferentes que parecen observarnos, con sus ojos cuadrados abiertos o entornados, sus narices variopintas y sus bocas, cual Tragantúas, listas para engullir a cualquiera que ose acercarse.

¿Y sus sombreros?. Unos son planos y están decorados con ropas tendidas; otros, los más optimistas, inclinados por si lloviera y los más guerreros, almenados y listos para defender la ciudadela, porque…¿Acaso no son aquellas, troneras para disparar sus ballestas contra los piratas? ¿O van a ser depósitos de agua para cuando falla el de abasto?. Es igual. Desde lejos se ve lo que quieres ver, o lo que tu imaginación te sugiera.

Eso sí, una vez que has perdido la inocencia visual y te acostumbras a ver bocas y ojos en lugar de puertas y ventanas, ya no puedes parar, y no hay un solo edificio que te mire sin hacerte una mueca o una burla. Aquella casa naranja me acaba de guiñar una persiana. Aquella otra, la ocre me está sacando la lengua… ¿O es un felpudo?. La de la fachada azul plomizo, después de bostezar se ha quedado dormida con sus ventanas cerradas a cal y canto, dejando la puerta solo protegida por una cortina de chapas que, proteger, no protege mucho, pero, al menos, espantará las moscas. La de tonos verdosos, en el rato que llevo observando, ya se ha tragado tres cristianos y ha escupido otros dos por debajo de su bigote, ése con forma de toldo que reza: “Bar Nosequé”.

Y es que, en el Risco de San Juan, las casas, aunque son muy diferentes unas de otras, están muy bien avenidas y eso se nota en el barrio. Unas son alegres y vivarachas, otras más tristes o distraídas, pero la mayoría son curiosas... ¡Pero que muy curiosas!. Si no, ¡Fíjate cómo se alongan unas sobre otras para ver la gente pasar por sus calles inclinadas!.

Creo que fue una buena decisión dejar que cada una tenga su color particular, ya que todas tienen caracteres diferentes. 


Porque… ¿Qué quieres que te diga?. A mí personalmente me decepcionó lo que hicieron con las casas de El Roque, otro risco superpoblado en la costa de el Pagador. Las pintaron todas iguales, con pantalón corto gris petróleo y camisa blanca, como si fuera el uniforme de verano del Acorazado Potemkin. Antes me agradaba adentrarme por su única callejuela hasta llegar a esa especie de proa frente al mar que es la terraza del Restaurante Italiano. Me sentía como jugando al escondite con aquellas casas desordenadas en dos filas, mirándome condescendientes con sus ojos traviesos y sus mejillas más o menos sonrojadas de tanto reír. Como las personas, unas tenían la piel amarilla, otras naranja y otras más oscura, casi marrón. Pero ahora…  ahora, antes de adentrarme en su laberinto, las contemplo desde un costado y las veo serias, observándonos como si no nos conocieran. Las han vestido de guardias y se han metido en el papel. Parece que están evaluando si nos dejarán pasar o no; y, claro... se nos corta el rollo y nos vamos para Agaete. 

Por lo menos, allí las casas siguen siendo blancas y azules, como sus azulejos; y sus tejados son de teja, como debe ser. Además, en Agaete los cielos son de color azul celeste y el mar, azul marino, y el aire no suele ser transparente porque la brisa lo pinta a menudo de blanco con sus micro-gotas de espuma revoltosa. Por detrás quedan sus montañas escarpadas que imponen al mirarlas; y delante, sus playas de poca arena hablando de sus cosas con el ir y venir de sus guijarros.

Cuesta irse de Agaete, y nunca lo hacemos hasta que el sol se pone detrás de la isla de enfrente, la de Tenerife. Ya se vea el Teide o no, siempre es un espectáculo de colores rabiosos e hipnotizantes.


Y, conduciendo de vuelta para Las Palmas, no puedo evitar mirar de reojo a la montaña de Gáldar. Hace años que las casas le perdieron el miedo al volcán y se arremolinan a su falda como los hijos de una familia numerosa. Son muchas y, siempre que las miro, ellas también me miran, quietas pero desinquietas. ¿Por qué tengo la impresión de que, en cuanto me dé la vuelta, las casas seguirán escalando poco a poco la montaña, como si estuviéramos jugando al Escondite Inglés?

Efectivamente, me vuelvo rápido y todas siguen allí, inmóviles, simulando inocencia. 

Según nos alejamos no me puedo resistir y echo un último vistazo por el espejo retrovisor; y veo sus cientos de ojos y bocas charlando entre sí. No hay duda: Se ríen victoriosas por haberme vuelto a tomar el pelo.


Aunque apenas son las 7, ya está anocheciendo y, para completar el día, aparcamos en El Rincón y nos regalamos el último paseo por la playa de Las Canteras. Llegamos hasta la Peña la Vieja, que es el punto ideal para contemplar uno de los más espectaculares números de transformismo que se pueden ver en la isla: Es el Auditorio Alfredo Kraus que, con la caída de la noche se ilumina y se convierte en una especie de Ave Fénix, pero más regordeta.


Llevo años alucinando con su visión y hasta me dan ganas de preguntar a los transeúntes: “Oigan, ¿Están ustedes viendo lo mismo que yo?”. ¿Cómo se puede transformar tanto un edificio con un simple (o no tan simple) juego de luces?. Lo que de día es una especie de fortificación de piedra y madera, grave e imponente, de noche, como si fuera un supertruco del mago David Coperfield, se convierte en un pájaro bonachón, un peluche gigante con la cabeza iluminada y sus alas abiertas, que amenaza con echar a volar por encima de la playa.
“¡Que vuele!... ¡Que vuele!”, corearían los pocos niños que aún juegan en la playa. Pero no lo hará; porque necesitamos que siga ahí cumpliendo cada día sus dos funciones y porque don Alfredo nunca lo permitiría, que para eso lo han plantado allí, vigilante, con ademán casi amenazante, como diciendo: “¡Como te levantes un palmo del suelo, te vas a enterar!”.


Y al fin nos vamos para casa. Y me llevo los paisajes y los edificios impresos en la retina; y aún veo sus caras de piedra sonriendo con picardía, tan hieráticas y tan llenas de vida, a la vez. Y, como siempre, sin poder evitarlo les busco un nombre más apropiado: PAISAJETAS. Y desde ahora serán eso: “Paisajes con jeta” y ni tú ni yo podremos volver a mirar un edificio sin convertir sus ventanas en ojos y sus puertas en bocas ¿Qué te apuestas?

Comentarios

  1. Auténtica crónica con punto de vista personal. Como si fuera un extraterrestre llegado a Gran Canaria.
    Relato realista subjetivo. Una fotografía impresionista con toque de humor.

    ResponderEliminar
  2. ¡Qué bonita crónica! En época de cosificación de seres humanos, sobre todo en publicidad, tú abogas por la humanización de los objetos y paisajes. Das ánimo (alma) a las cosas inanimadas, a las casas, los bares, las nubes, callejuelas... y hasta pones voz a los museos.
    Hoy hemos caminado a tu lado en una excursión llena de vida por Las Palmas y alrededores. Gracias por hacernos de guía.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

En este Blog comparto mis impresiones, mis experiencias personales y mis locas imaginaciones, con aquellos que se acercan a leerlos. No espero aprobación ni aplausos... y mucho menos, bombas incendiarias. Es, por mi parte, un ejercicio lúdico y espero arrancarte alguna sonrisa o alguna reflexión. Eso ya mearía feliz ;-)

Entradas populares de este blog

ENSAYO SOBRE LA INVISIBILIDAD

ME LLAMO LAIKA Y SOY ASTRONAUTA

DESPROPÓSITOS DE LA 5ª ENMIENDA